domingo, 3 de junio de 2012

Cita con un Angel Negro

Rodolfo Sánchez Garrafa


Era aún muy niño cuando mi padre me relató la sorprendente historia de un sastrecillo, fracasado en su trabajo, cargado de deudas y entregado al consumo de alcohol. Una noche en que el personaje se retiraba a su casa, profirió impulsivamente las palabras: -"Que me cargue el diablo". Unos minutos después se le apareció un hombre bien parecido, ofreciéndose a ayudarlo a cambio de su alma. El extraño le dio una moneda al sastrecillo, la cual tenía la propiedad de volver al bolsillo de quien fuese su amo, así que hubiese sido dejada en una tienda; también le entregó unos naipes, con los que no debía perder jamás. El sastre de marras se hizo rico; pero un día la moneda no volvió a su bolsillo, pues había sido dada como limosna a un pobre. Es más, casi en seguida, el sastre perdió una partida de naipes jugando con el propio Jesús.

Abundan leyendas y cuentos que describen, de diversas maneras, encuentros de la gente con el diablo. También existen pinturas que representan a Lucifer; sin embargo, parecer ser cierto que nadie ha visto el rostro del diablo, como ocurre con el propio Dios a quien nadie ha podido mirar jamás.

Quien haya asistido a las "sesiones negras" dirigidas por verdaderos magos o sacerdotes de la Iglesia de Satán, habrá visto la imagen espiritual de Lucifer, que -según dicen- es en realidad sobrecogedora para un principiante o para el que concurre por simple curiosidad. 

Guardando las distancias, son pocos los magos negros, que en los Andes se atreven a convocar al Señor de las Sombras a una "mesa". Los entendidos invocan a los espíritus de los antepasados, a los que habitan en las montañas más importantes, empero son pocos los que llaman a los "ángeles negros", porque para hacerlo tienen que haber alcanzado previamente la condición de servidores de la noche eterna y los hay muy pocos de éstos. Por lo general los "magos negros" de los Andes trabajan a través de operaciones que tienen la finalidad de causar "daño" a alguien, en favor de un solicitante, pero son rarísimos los casos en los que se invoca la presencia del verdadero Señor o Kamaq del Mundo de Adentro.

Tengo conocimiento de un caso ocurrido entre practicantes mestizos del Cuzco. Los hechos me fueron confiados por alguien a quien, por razones obvias, sólo citaré bajo el pseudónimo de "Atocongo" (que puedo suponer deriva de atoq unku o "manto del zorro" o de atoq onqoy "enfermedad del zorro") término que debe aludir a su condición de viajero del cosmos.

He aquí las palabras de Atocongo, que me esfuerzo por reproducir de la manera más fidedigna posible:

"Era un viernes de la última semana de 1982. Tenía que asistir a un bautizo negro en la localidad de San Sebastián, a unos cinco kilómetros de la ciudad del Cuzco. Apresuré mi salida del centro en el que trabajo, con la finalidad de vestir mi traje negro, camisa blanca y corbata mariposa también de color negro. Habían aceptado que yo participara en una ceremonia negra a la que tenía que llegar marcando las 07:00 pm.
En la Plaza de San Sebastián me esperaba una persona que inmediatamente me condujo a una casa solariega cercana. Una vez dentro, pude advertir que la habitación destinada había sido arreglada convenientemente para la ceremonia. Al centro destacaba una mesa redonda con tapete negro, sobre la misma se veía unos buenos puñados de hojas de coca pisada, una caja de cigarrillos y otra de fósforos. Unas sillas, un espejo de forma redonda que colgaba en la pared, completaban el escenario. Era, sin duda alguna, el dormitorio de la dama que iba a ser bautizada.
Iris de Estrella (nombre supuesto, como es comprensible), no mal parecida, joven aún, soltera, vestía una blusa blanca bien confeccionada, un pantalón negro ajustado y unas zapatillas de cuero negro. Ella, alguien que siempre destacó por su carácter alegre y comunicativo, era la aspirante.
Me comisionaron para comprar una botella de pisco y unas gaseosas, compra que hice con diligencia en una tienda cercana. De regreso a la casa-habitación, hice voluntariosamente el descorchado de la botella de pisco y luego procedí a servir -consultando preferencias sobre la cantidad deseada por cada uno de los presentes- una copa a Iris de Estrella y otra al que iba a fungir de sacerdote. Yo -que experimentaba entonces una nerviosa ansiedad- me serví un tercio de vaso, con una porción de pisco y otra de Coca Cola.
Antes que la ceremonia empezara, me puse una hojas de coca en la boca, las mastiqué suavemente y ausculté su sabor. Yo no estaba borracho ciertamente, cuando el sacerdote dijo que íbamos a comenzar el trabajo, así en forma totalmente privada.
Iris de Estrella fue vendada con una cinta negra por el sacerdote, quien le hizo varias corridas o vueltas hasta que ella dijo que no veía nada. Luego se le hizo dar muchas vueltas sobre sí misma hasta que, al preguntársele hacia dónde quedaba la puerta principal de la habitación, señaló una dirección distinta.
Nos sentamos la mesa. El sacerdote, vestido de blanco, con túnica y gorro o caperuza, comensó a leer un párrafo del libro Pactum que dice: <En esta hora solemne quiero invocaros con toda mi voluntad y buen deseo a vosotros, espíritus excelsos, que me acompañáis en mis trabajos. Astroschic, Asath, Bedrinubal, Felut, Anabotos, Serrabilem, Sergem, Gemen, Domos y Arbatel, para que me seáis propicios y me ilumineis en aquellas cosas que mi inteligencia humana no pueda comprender con verdadera claridad, supliendo en aquellos defectos que en mis trabajos haya, en atención a mi buen deseo y voluntad. Así sea. Amén>. Seguidamente leyó las páginas de un libro, seguramente de carácter mágico, pues, se hacía mención -hasta donde recuerdo- a una especie de filosofía secreta sobre la vida, la existencia de hechos inimaginables que sin embargo tienen una explicación, la existencia de leyes físicas aún no descubiertas por el hombre que rigen su desarrollo y relaciones...
Habrían transcurrido apenas unos diez minutos cuando Iris (para simplificar) pareció desvanecerse en un vahido sobre su asiento. El sacerdote se le acercó para reanimarla, al tiempo que le preguntaba sobre lo que veía entonces. Ella contestó: -Una luz... una luz. Se le indicó que se calmara, y ella en respuesta empezó a hablar en un lenguaje que me resultó totalmente desconocido. Me acerqué a reanimarla, pero el miedo hizo presa de mí cuando ella intentó abalanzárseme, emitiendo maullidos estremecedores como un gato, crispando las manos y levantándolas como si realmente fuesen garras de felino. Volvió a sentarse Iris e inclinándose hacia delante comenzó a vomitar un líquido de color verde... No sé si perdí el conocimiento o el contacto con la realidad, pues no tengo conciencia de lo que sucedió después.
Cuando desperté me encontraba recostado en una tarima de madera, sin almohada ni colchón, tampoco frazadas. Extrañado, pensé en la forma poco cortés en que que había sido tratado por la dueña de casa. Empecé a hilvanar ideas, haciendo un recuento de los hechos, tratando de recordar lo sucedido. Me levanté de la tarima y, como la habitación estaba oscura, traté de buscar la puerta. Fue entonces que me dí cuenta de estar en una habitación tubular. Sentí al tacto que las paredes eran de ladrillo y al mirar hacia arriba percibí una tenue luz roja en el techo. Me asusté. Pensé en mi familia, en mis hijos, en mi reputación. Por un momento creí que mi situación era fatal, pues el lugar donde me hallaba era por lo visto un pozo profundo en el que podía quedar atrapado por tiempo indefinido o quizá hasta hallar la muerte. Reconocí que esta situación era una especie de castigo para mí, por haberme entrometido en una actividad en la que no me correspondía participar.
Desesperado, seguí palpando la pared circular en torno a mi catre, cuando de repente se encendió la luz al tocar yo el interruptor por pura casualidad. Me hallaba solo en la misma habitación en que se trató de realizar la ceremonia. Recién me dí cuenta que me había acostado encima de la cama bien arreglada. Indudablemente alguien me acostó. Eran las dos de la mañana.
Salí hacia el patio por una puerta lateral. Llamé repetidas veces esperando que alguien acudiese. Apareció una señora. Era la madre de Iris de Estrella. Me increpó diciendo que su hija se hallaba muy mal debido a las drogas que habíamos consumido, que hacia media noche nos había encontrado bailando en la habitación, que los participantes íbamos a ser responsables por lo que pudiera ocurrir con la salud de su hija. Me despedí de algún modo de la señora y me encaminé muy maltrecho y cansado hacia la carretera principal. Tomé un taxi que me dejó en mi casa.
Ya en mi habitación, al mirarme en el espejo noté que tenía seca la cabellera y los pelos enhiestos. Mis ojos algo desorbitados y mi cara mostraban una profunda fatiga, fruto de una jornada peligrosa y nada habitual para mí.
Cuando amaneció, vi que mi saco mostraba en una de las mangas una mancha verdosa que parecía aceite. Evidentemente me había revolcado en los vómitos de Iris. Mis pantalones estaban curiosamente arrugados en finos, cortos y horizontales pliegues, a la manera del fuelle de un acordeón a medio estirar. La ropa interior de color blanco que me había puesto la víspera del día anterior -para nueva sorpresa mía- tenía un color cenizo, tirando a negro y parecía una tintura con olor a tierra mojada pero, paradójicamente esparcida. Al lavarme la cabeza pude comprobar una inexplicable cantidad de tierra.
Hasta aquí la calma parecía volver a mi atribulado y avergonzado espíritu. Sentí eso sí cierta desazón pensando que pese a todo lo sucedido no se había cumplido con el bautizo, que todo el esfuerzo había sido vano, tal vez por la debilidad y falta de espíritu de Iris.
Regresé de la lavandería donde había dejado mi terno-acordeón. Alrededor de las 11:00 am., me acosté para recuperarme, como acostumbro hacerlo cuando paso una mala noche. Desperté a eso de las 2 de la tarde. Quise levantarme de la cama pero, para desesperación mía, no pude hacerlo. No sentía ningún dolor en el cuerpo, pero tuve conciencia que las fuerzas me habían abandonado. Apenas pude dejar la cama. Al tratar de ponerme de pie, apenas pude mantenerme en equilibrio. Me puse los pantalones con gran dificultad. Cuando ya lo había logrado fui incapaz de ajustarme el cinturón de cuero, no tenía fuerzas para enhebillarlo. Noté que mis calzados estaban completamente sucios y pensé en limpiarlos, pero al tratar de coger la escobilla mi mano derecha era incapaz de asirla. Me asaltó una terrible idea: tal vez me quedaría inutilizado de este modo para siempre.
Dije que el viernes en la noche asistí a la referida sesión. Hice todo lo posible para descansar en cama el resto del día sábado y luego el domingo. Durante este largo descanso hice promesa a Dios (al verdadero Dios) de no volver nunca más a participar en tales rituales, ni siquiera en son de investigación. El lunes fui a una reunión oficial, a la que estaba obligado a asistir por razones de función. Mis compañeros me preguntaron si había estado enfermo, porque me encontraban muy demacrado. A Iris de Estrella llegué a verla después de unos días. De entonces a la fecha no hemos vuelto a hablar sobre el asunto. Respecto al sacerdote, debo decir que no deseo saber más de él. No he vuelto a interesarme por tener experiencia similar con el satánico rito del bautizo negro". Hasta aquí la versión proporcionada por Atocongo.

Para un sicoanalista el relato de Atocongo sería materia útil de una explicable sugestión grupal, quizá una especie de histeria o el corolario de un obsesivo deseo de encontrar mecanismos de ingreso a mundos desconocidos y, por supuesto, inexistentes. Para un simple curioso, la actualización de lo sucedido aquella noche será una simple invención o el hilado de una persona mentirosa, en el mejor de los casos de espíritu fantasioso, cuando no el producto de un grupo de personas que se drogaron ingiriendo alcohol, cigarrillos y coca hasta el punto de caer en un estado de trance. Sin embargo, me atrevo a afirmar que Atocongo no me mintió al hacerme partícipe de su experiencia.


Hoy me pongo a pensar que el punto culminante de la ceremonia inconclusa descrita por Atocongo es el que se refiere a la llegada de la "luz" a la persona que iba a bautizarse. En casi todos los libros antiguos sobre historia de las religiones, y en textos considerados sagrados como es la Biblia, se habla de la "luz". El mayor de los "ángeles negros", Luzbel, era también un ser luminiscente. La magia tiene un innegable nexo con la religión. Muchos iniciados ven la "Luz" en el momento de su conversión. Iris de la Estrella vio con los ojos cerrados una luz real. Es posible que el don de lenguas repentinamente adquirido por Iris pueda haber sido resultado de aquella "luz". Es cierto que hay conocimientos y "conocimientos", de modo que en la distinción está el quid del asunto -como diría un amigo mío-.



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