sábado, 11 de noviembre de 2017

UNA NOVELA SOBRE EL TIEMPO Y LA DESTRUCCIÓN

Rodolfo Sánchez Garrafa


Si bien no estamos ante el primer libro de Manuel Raya*, “El tiempo y la destrucción” es su primera novela, lo que quiere decir también que es su más atrevida producción literaria hasta el momento.

Se trata de un relato que pone énfasis en los entretelones de la vida grupal juvenil universitaria, en estratos estudiantiles de origen popular. Muestra la dinámica social, lo que de alguna manera podría llamarse mentalidad de época y las estrategias de vida puestas en práctica con resultados diversos.

Paso a comentar este interesante libro, desde una mirada básicamente antropológica.

La percepción del tiempo juvenil

Personalmente me he hecho la idea que cuando uno es joven ve la vida sin mayores aprehensiones, como si tuviéramos por delante todo el tiempo del mundo, un horizonte ilimitado de vida. Conforme pasan los años, muchos sentimos que el tiempo se hace breve y que cada vez transcurre con mayor velocidad, nos apremia y una gran parte de nuestros esfuerzos se concentra en recuperarlo en lo posible, en “ganarle tiempo al tiempo”, la juventud “el divino tesoro” –a decir de Rubén Darío– se va para no volver.

Mi amigo, el joven Manuel Raya, desde un inicio, toma en esta novela una perspectiva opuesta. Me explico, el personaje protagonista inicial siente que su presente consume todo a su paso, que canibaliza los sueños juveniles de los Chicho Boys, grupo o pandilla de amigos estudiantes. El sentido subjetivo que Mauro Chicho tiene del tiempo le hace sentir que enfrenta de manera constante a un depredador, que requiere la vitalidad de sus víctimas. De ahí que para él, el secreto de la vida presente consista en: existir en el límite, en el vórtice, como un hilo al filo de la navaja. En tal situación, la voz es subsistir, caer, pararse, intentarlo todo, otra vez. 


Se trata, según lo veo, de un tiempo cronológico (en la lógica de Cronos), que corresponde a la idea griega del transcurrir que devora todo y a todos, un tiempo secuencial, que pasa sin que se pueda evitarlo, a la manera de un “tic-tac” de reloj que irreversiblemente nos conduce a nuestro respectivo futuro, mientras nos va aniquilando y nos chupa la vitalidad. Entiendo que la percepción subjetiva que este personaje tiene del tiempo está influenciada por diversos factores externos e internos: Las instituciones deformando los sueños, la precariedad de las condiciones de vida, la incertidumbre diaria, pero en muchas formas también por la capacidad individual de organizar y reestructurar la vida. 

No es gratuito que el mismo Chicho se considere afortunado al haber logrado conocer el verdadero sentido de la vida. El descubrimiento es entonces la mayor ganancia de la madurez, tras años de vivir a ras del asfalto y experimentar giros existenciales determinantes. 


Harry Boy, otro de los personajes, pone el acento en la importancia del presente para los jóvenes, óptica que repara en los esfuerzos de cada quien por marcar el tiempo que vuela y atraparlo, cosa que no es sencilla porque el tiempo es percibido como una realidad rebelde, tanto o más que los actores humanos. Es el mismo tiempo cronológico devorador, al que hay que sujetar, ante el cual lo pasado ha dejado de tener sentido, por lo que solo el presente es el que cuenta. La historia es mentira, la verdad está en el presente, como en el tiempo de Kairos, aquella caprichosa divinidad griega de la oportunidad que es calva, a la que hay que atrapar por el mechón que lleva adelante. Es por eso que para este joven el tiempo guarda el secreto que puede servir para cambiar el destino. 

Para Piero Malta, uno de los que reflexiona globalmente su vida y la de sus amigos de grupo, la consigna es matar el tiempo a como dé lugar, estrangularlo, aniquilarlo, exorcizarlo, destruirlo y así evitar que sea el tiempo el que destruya a la humanidad. Paradójicamente, el tiempo de ocio, en la perspectiva de Piero Malta, llega a servir para ordenar ideas. En medio del peligro generalizado, se aprende a dejar todo en orden, hay que estar preparado para salir y no regresar. Es duro esto, incluso para personas maduras, no es fácil aceptar lo frágil de la vida en un mundo violento. Vemos así que la percepción subjetiva del tiempo depende mucho del contexto social y de la situación emocional en que se encuentra el sujeto.

En esta narración, solo a un Salvador le es dado comprender la eternidad del tiempo, que en tanto Aión no necesita devorar nada y más bien invita a la acción que es la que da sentido a la vida y la hace deseable. Salvador, nace en un tiempo en que la muerte deja de existir y es el que descubre la belleza perenne, al contemplar las montañas de los Andes patagónicos, lo que podría entenderse como la mayor obra divina, la propia naturaleza primordial, donde al que busca se le hace posible alcanzar la utopía, la luz, y ser feliz.

Salta a la vista una percepción del tiempo que principalmente responde a las circunstancias y el modo heterogéneo en que se las confronta.

El peligro como sentido de vida

Al grupo de amigos autodenominados Chichoboys les ha tocado vivir una época particularmente violenta. Es el Perú de los años 80 y 90, en los que la sociedad en su conjunto está sacudida por hechos que configuran una situación generalizada de amenaza y peligro. En el ambiente universitario y en la calle se tiene la sensación de que el sistema social está “jodido” y que a la población se le hace difícil soportarlo


En este contexto de peligro "real" y no meramente "potencial", existir en el límite, en el vórtice, es la idea y práctica del grupo de jóvenes cuya historia narra la novela de Manuel Raya. Siendo que las oportunidades de realización son mínimas o inexistentes, optan por el camino de los burladores de la ley, lo que por lo demás resulta una conducta manifiestamente generalizada, todos lo hacen: mienten, simulan, engañan, roban con frialdad. Si en algún momento, la vida en el límite permite esbozar una sonrisa es haciendo de este gesto un arma de batalla contra el hambre, una expresión de resistencia al mundo cruel, en suma una manera de sobrevivir.

El ocio, el entretenimiento y, finalmente, la anarquía, son recursos diarios que conducen en algún momento al extremismo, de una situación que atrapa, adormila y no permite despertar. Las circunstancias, sin embargo, pueden extender tablas de salvación, alguien como Búfalo podrá emigrar lejos y escapar de la vorágine destructiva, otro como Piero se redimirá luego de expiar mediante el sufrimiento de la locura, los demás sucumbirán en las garras del vicio y la adicción al sexo. 

La novela de Manuel Raya, desarrolla una interesante perspectiva sobre el peligro de la violencia destructiva externa, que pasa muchas veces a teñir las vidas de quienes inicialmente son víctimas y luego pasan a ser actores o agentes de la misma. Un mundo violento, alcanza por lo mismo elementos que pueden ser adictivos para los involucrados; las conductas de desviación recurrente pueden parecer idealistas o románticas, pero por lo general responden a una contaminación ambiental y un oscurecimiento del panorama de vida. Se regresa a la vida pasada y eso puede justificarse, como lo hace Piero, con una supuesta lealtad, un sentimiento de culpa ante lo que se percibe como traición al grupo de referencia social, sentimiento tan fuerte que se impone incluso sobre otras consideraciones como el amor de pareja y el instinto de conservación.



Escribir una historia

No cabe duda que la novela de Manuel Raya responde a una necesidad de escribir. Lo que es digno de comentar es que esa necesidad está explícita en el texto que nos alcanza. Harry Boy escribe para ser feliz, ya que solo puede serlo en la ficción. Se trata de la escritura como terapia. Es que en este sentido, escribir alivia al que lo hace del peso que significa cargar a espaldas vivencias, emociones, pensamientos y ambiciones ocultas, que en conjunto pugnan por ser liberados. Puede tratarse de las que gravitan sobre el escritor o simbólicamente del pretexto para abordar una circunstancia en un plano de más profunda reflexión. Piero Malta, por su parte, encuentra irónico que la época de mayor violencia y represión en el país se corresponda con sus memorables aventuras literarias. La alforja del escritor reboza de palabras, es un recolector de significantes y significados que hacen pensar. El escribir se hace oficio a punta de entrega, para responder a la ebullición de las ideas, y en este cometido el fantasma de los arquetipos (como es en algún momento la figura de Martín Adán) siempre ronda para decirnos que todo y nada está escrito, que hay que hacer algo para no perder los recuerdos.

Escribir suele implicar una toma de distancia, para aclarar ideas, curar heridas, valorar el presente y proyectarse al futuro. Escribir descomprime el ser. Al escribir se revive y atiza el recuerdo, a la vez se halla una forma de contrarrestar la soledad, eso parece haber ocurrido con Chicho o quizá Piero, en esos lapsos de encierro con que logró vencer su claustrofobia, escribiendo por instinto para lograr que las palabras venzan al tiempo. 


De hecho todos tenemos una historia, para los personajes de esta novela conservar la historia puede llegar a ser una obsesión saludable, un escribir sin parar, sintiendo que así resucita el alma considerada muerta. Convertida la escritura en pasión pasa a convertirse en una oportunidad de renacer de hallar la felicidad y crear luz bella semejante a la experimentada con Salvador en su peregrinaje a la región más austral del continente.

Escribir ha sido, para resumir, la solución que el novelista nos ofrece al conflicto central entre el tiempo y la destrucción. Al decir clásico Verva volant, scripta manent. El registro material permite acariciar al menos una sensación de perdurabilidad, es un testimonio al que podemos volver cuantas veces queramos. Nuestro amigo Manuel Raya va a ser leído y discutido por mucho tiempo. Así lo espero. Felicitaciones Manuel.

Lima, noviembre de 2017.


* Manuel Raya (Villa El Salvador, 1987), economista por la Universidad Nacional del Callao, bachiller en Derecho por la Universidad Nacional Federico Villarreal. Tiene dos libros: Mundo in-mundo (cuentos) y El tiempo y la destrucción (novela).


martes, 17 de octubre de 2017

CRÓNICAS TEMPRANAS DEL SIGLO XVI EN LA IV FIL CUSCO 2017

Rodolfo Sánchez Garrafa

La puesta en circulación de Crónicas Tempranas del Siglo XVI (2 Vols.), publicación de la Dirección Desconcentrada de Cultura de Cusco-Ministerio de Cultura, ha sido uno de los acontecimientos bibliográficos más destacables del reciente IV Festival Internacional del Libro 2017, que tuvo lugar en la ciudad del Cuzco. 

Tal como lo destacara Carlos Velaochaga en el acto de presentación, el Tawantinsuyu en el siglo XVI fue víctima de una invasión sistemática que tuvo como avanzada a una expedición militar de fuerzas españolas con el objetivo de apoderarse del territorio andino y de las riquezas que sus pueblos poseían. Los registros tempranos escritos en castellano por los agentes invasores, son eso, un acompañamiento de la invasión, describen el territorio y el modo de vida de los pueblos andinos desde los propios códigos lingüísticos y culturales de los actores españoles, aunque, también es cierto, no dejan de proporcionar abundante información con la cual, convenimos, vamos en camino de enriquecer nuestras posibilidades de reescribir la historia y entender mejor nuestro legado cultural.

Es imprescindible referir los documentos compilados: Cristóbal de Mena – La Conquista del Perú llamada la Nueva Castilla. [1534]; Francisco de Jerez – Verdadera relación de la Conquista del Perú [1534]; Pedro Sancho de la Hoz - Relación de la conquista del Perú [1534]; Miguel de Estete – Relación del descubrimiento del Perú [1535); Vaca de Castro – Relación de los Quipucamayoc Collapiña, Supno y otros [1542]; Cristóbal de Molina (el Almagrista) – Relación de muchas cosas acaecidas en el Perú [1553]; Polo de Ondegardo – Los errores y supersticiones de los indios [1559?] y Relación de los adoratorios de los indios en los cuatro caminos que salían del Cuzco – [1561?]; Diego de Trujillo – Relación del descubrimiento del reino del Perú [1571]; y, Blas Valera – Las costumbres antiguas de los naturales del Perú y la historia de los Incas [1590].

No tiene por qué sorprender que estas crónicas trasluzcan criterios europeizantes, visión europea del mundo andino, justificación moral de la invasión del Tawantinsuyu, unificación cronológica de los hechos en términos de la historia europea. Con estas crónicas, como bien ha dicho Alejandro Herrera, otro de los presentadores de esta publicación, se dio inicio a una etapa en que la escritura estaría destinada a imponerse sobre la oralidad, la evangelización cristiana se impondría con nuevos modelos icónico-figurativos (pintura, escultura, arquitectura, principalmente), los mitos andinos recogidos serían sostenidamente historizados a partir del Siglo XVI en que se produce una verdadera colisión de civilizaciones. Todo ello, en un proceso de abruptos cambios, más allá de cualquier sincretismo conciliador.


Una reflexión inteligente, nacida al calor de esta publicación, es la que concierne al mejor conocimiento, que paulatinamente se va logrando, respecto al pasado proto-inka y a la posibilidad que la cronología correspondiente pueda retroceder a varios siglos anteriores a los considerados hasta ahora. Como sabemos el desarrollo inka está fechado, de manera ampliamente aceptada, de los siglos XIII al XVI, asignándosele poco más de 200 años, en el mejor de los casos, tiempo sumamente breve considerando el esplendor cultural alcanzado por esta civilización y su impresionante extensión en el mundo andino.

Por nuestra parte, no podemos menos que identificarnos con la antedicha posibilidad, considerando el incremento de la información actualmente disponible, que permite formular hipótesis respecto a un engarce ideológico entre el pensamiento inka y la de sus predecesores panandinos los Tiawanaku-Wari. Esto quiere decir, que muchas ideas con las que los inkas construyeron su imagen del mundo tienen que haber sido tomadas de la sólida tradición precedente. No deberíamos dejar de considerar la larga datación Tiawaku-Wari, que alcanza por ahora a los siglos III al XI, es decir aproximadamente ocho siglos en una estimación conservadora. El soporte ideológico y tecnológico de este largo horizonte habría sido decisivo para lo que podríamos llamar restauración de un Estado teocrático panandino con los inkas, luego de dos siglos en los que se produjo una solución de continuidad política.

Dado que los investigadores, frente a estas crónicas tempranas, tienen abierto el paso para el uso y aplicación que consideren apropiados a sus propios proyectos de reinterpretación del pasado andino, nos permitimos llamar la atención respecto a la particularidad de las referencias que encontramos, en cuanto a lo que se pudo averiguar respecto al origen de los inkas y el “imperio” que éstos llegaron a establecer.



El carácter sagrado atribuido al Cuzco por los inkas (Pedro Sancho de la Hoz [1534], Cristóbal de Molina, el Almagrista [1553], Diego de Trujillo [1571]), es seguramente similar al que, en su momento, se asignó a Tiawanaku (Taypikala) y a Wari. Igual podemos decir respecto a la ritualidad fundacional de los asentamientos mayores en los Andes, como proseguirá demostrándonos la arqueología con sus cada vez más sorprendentes hallazgos. Es destacable que los registros de Vaca de Castro [1542] y Valera [1590] contengan referencias concretas a la divinidad Viracocha, a la ritualidad que su culto entrañaba, y en el caso de Molina (el Almagrista) se lo haya referido como proveniente del Lago Titicaca y fundador del Cuzco (aunque atribuyéndole la calidad de Inka, lo que puede confundir con el personaje posterior en la lista de los Qhapaqkuna). La relación de Vaca de Castro y la escrita muchos años después por Fernando de Montesinos coinciden en consignar que el señorío y empoderamiento inicial de los inkas se produjo sin molestia de por guerra ni armas; siendo que, según este último, las grandes agrupaciones inkas “sin orden de guerra ni de campo formado” entraron en la ciudad del Cusco..... “y dijeron que no venían a buscar guerra ni mal alguno sino solamente a buscar tierras buenas a donde vivir y criar ganados” (Montesinos [1644] 1957: 13-4).

En el conjunto del ciclo de los Hermanos Ayar se puede encontrar significaciones o rasgos de orden arquetípico, que no necesariamente se reducen a la perspectiva bélica y violentista de instauración del orden inka, sino que más bien nos encaminan hacia una gesta de búsqueda de un centro que pudiera abastecerse de sacralidad y servir a la necesidad de una restauración. No debiéramos descartar la utilidad de comparar esta saga mitológica con los relatos fundacionales que nos llegan de otros pueblos andinos y de otras áreas culturales, la fundación de Tiawanako, Pachacamac, por decir algo, y de antiguos pueblos de Eurasia. El asunto es hacer inteligibles los mitos, entenderlos en lo que pudo ser su sentido primigenio en un contexto que no es ni remotamente el del siglo XVI, pero que puede sernos de algún modo accesible.


Cabe plantear la posibilidad de hallarnos ante discursos de legitimación social y política de órdenes que se constituyen y reconstituyen en el tiempo. Hay en los mitos fundacionales una necesidad de constitución humana, social y cultural, de fundar y mantener el orden, que desde luego puede llevar un ingrediente de economía sacrificial pero que no se reduce a ella. La perspectiva de un ciclo fundacional inka como campaña militar, obviamente violenta, está colada por todo lado en los registros tempranos, que es comprensible no dejan de obedecer a una mirada europea con sus respectivos códigos lingüísticos y culturales. ¿De qué otra manera podían haberse escrito estas crónicas, sobre todo las tempranas del Siglo XVI? Las contradicciones, que puedan descubrirse, entre diversos textos, serán a futuro las mejores pistas para avanzar en el conocimiento del pensamiento andino originario.

Otro asunto de interés, en esta línea de razonamiento, es el relacionado con la oportuna y pertinente cita al cronista Anello Oliva [1598] que los compiladores introducen en su comentario (T. II) sobre Blas Valera, quien había registrado la existencia de un imperio quechua anterior a Manco Cápac (Manku Qhapaq) y una extensa relación de gobernantes que al parecer sirvió de fuente a Fernando de Montesinos.


Parece estar cada vez más cerca el día en que revalorados seriamente los relatos orales recogidos por narradores europeos de los siglos XVI y XVII, a la luz de la etnografía, etnohistoria, lingüística y arqueología contemporáneas, sea posible llegar a demostrar que los gobernantes Tiawanaku-Wari y los Inkas se emparentan, de forma mucho más directa de la hasta ahora pensada. La publicación compilada de Crónicas Tempranas del Siglo XVI no deja de anunciar que soplan nuevos vientos y que nos preparamos convenientemente para aprovechar tal energía.


Referencias bibliográficas

ANELLO OLIVA, Giovanni
2015     Historia del Reino y provincias del Perú [1598]. Universidad Nacional del Altiplano. Puno.
IMBELLONI, José
2015     La Capaccuna de Montesinos, después de cien años de discusiones e hipótesis (1840-1940). Universidad Nacional del Altiplano. Puno.
MONTESINOS, Fernando de
1957     Memorias antiguas historiales y políticas del Perú [1644]. H. G. Rozas, Cuzco.
VELAOCHAGA, Carlos, HERRERA, Alejandro y WARTHON, Rafael (Compiladores)
2017   Crónicas Tempranas del Siglo XVI (2 Vols.). Ministerio de Cultura, Dirección     Desconcentrada del Cusco.


miércoles, 27 de septiembre de 2017

EL GATO MIGUEL YÉPEZ CERRÓ LOS OJOS (In memorian)

Rodolfo Sánchez Garrafa


Miguel Yépez Sánchez (Cuzco 1944-Lima 2017), vino al mundo un 1º de julio con los ojos verdes, herencia de sus ascendientes paternos, lo que le valió el sobrenombre de Gato Yépez. Fueron sus padres el ingeniero agrónomo Luis Yépez La Rosa y la señora Rumita Sánchez. Tuvo un solo hermano, Fernando, que murió joven, poco antes de iniciar sus estudios universitarios.

Nos conocimos en la preparatoria (lo que ahora es educación inicial pre-escolar) del Colegio San José de la Salle del Cuzco donde ambos terminamos la primaria. Todos los niños del salón teníamos entre 5 a 6 años por entonces. Era el año 1951, Su Santidad Pio XII era el Papa de la cristiandad, el Perú estaba gobernado por el General Manuel A. Odría. Entre nosotros reinaban la alegría y la inocencia, podría decirse que hasta la maldad convivía en inocencia en aquellos muros y mallas escolares.

Miguel era un niño popular. Recuerdo que era el único en faltar los días sábados. Por entonces, teníamos clases tarde y mañana de lunes a viernes, los sábados concurríamos por la mañana y era obligatoria la asistencia a misa los días domingos. Miguelito estaba exonerado de tales presiones de fin de semana, los sábados salía del Cuzco y se iba a la Granja K’ayra (distrito de San Jerónimo) ubicada a 13 kilómetros de la ciudad, un centro experimental de la Universidad San Antonio Abad – UNSAAC, que por entonces administraba su padre. Otra de las razones de su temprana popularidad era su habilidad para tocar la armónica, lo hacía de manera impresionante para su edad.

No puedo dejar de mencionar que ese año, o quizá el siguiente, el Gato Yépez dio mucho que hablar. A manera de chisme a voces, supimos que había sido sometido a una circuncisión, cosa que él mismo se encargó de difundir. Yo no entendía muy bien de qué se trataba, solo que se refería al genital masculino. Por otro lado, recuerdo a Miguel como un buen alumno, sobre el promedio, teníamos afinidad en el gusto por la lectura. En una fotografía de aquella época aparecemos sentados uno junto al otro, en primera fila, cerca a nosotros reconozco a Juan Salazar Luza, Carlitos Corzo y Dieter Gerlach. La foto nos fue tomada en lo que fueron los jardines interiores de la Fábrica de Tejidos Huascar. Recuerdo que alguna vez visitamos la cercana casa de la Familia Villena Hermoza, en cuya sala destacaba una fotografía de Monseñor Felipe Santiago Hermoza y Sarmiento, arzobispo del Cuzco con quien, si la memoria no me engaña, la familia Villena tenía lazos de parentesco.


Además de una común socialización escolar temprana, no hallo pasajes que destacar en nuestra amistad de aquellos tiempos, salvo el hecho que entre nuestros compañeros estuvieron niños que más tarde darían mucho que hablar por razones diversas: Mendel Winter Zuzunaga, Osmán Morote Barrionuevo, Luis Nuñez Bouroncle, Mario Pereda Falseto, Juan Bautista Salazar Luza, entre otros. Cada uno teníamos seguramente un entorno que nos era más afín. El Gato Yépez y yo nos volvimos a encontrar en los claustros del Colegio Nacional de Ciencias, cursando la secundaria, primero en el local temporal de la Avenida de la Cultura, lo que sería la Gran Unidad Garcilaso de la Vega y, luego, en el edificio acabado de reconstruir en la sede del Glorioso Colegio bolivariano, Plaza San Francisco, entre el Arco de Santa Clara y el impresionante Templo de Francisco de Asís. Este fue un tiempo de entendimiento y profunda amistad. Miguel y yo coincidíamos en muchas cosas, una formación similar y esmerada de base, sensibilidad ante la belleza, gusto por la naturaleza, espíritu democrático. Sus padres veían con buenos ojos nuestra amistad y contribuían a fortalecerla con sus atenciones y aprecio. Pasábamos bastante tiempo en el departamento que habitaban ubicado en la calle Mesón de la Estrella, frente al antiguo Correo y al Cine Colón. Para entonces mi familia se había mudado de la casa que ocupáramos en la Avenida Garcilaso de Huanchac (local de la Cía. Exploradora Cotabambas en casa del señor Ramón Zavaleta) a la casa de don Pablo Ponce Olivera situada en la parte periférica noroeste de la ciudad. 

Buen humor, locuacidad, perspicacia, amplio entorno de relaciones sociales, eran seguramente las dotes más visibles de Miguelito Yépez, que a la sazón contaba con la simpatía de profesores, auxiliares y compañeros de colegio. Nuestra presencia era destacada en el plantel, junto a otros alumnos como Abel Adrián Ambía, Noé Ancón Ramírez, Roberto Barriga Rozas, Hermógenes Castillo y otros de las muchas secciones que tenía el Colegio en cada año de secundaria, entre los que cabe recordar a Jorge Pezúa Vivanco y Raúl García Béjar. Nuestra identificación fue tal que llegué a escribir unas líneas en las que le decía: “Somos viejos argonautas/ Nada nos ha de faltar/ Nos buscaremos en un alto/ De nuestros viajes por el mar.” En esos años producíamos un periódico mural, hacíamos teatro, sacamos el boletín “Horizonte”, organizamos veladas literario-musicales. El gusto musical del Gato era fino y variado, iba desde la música clásica, hasta la internacional contemporánea. Por él conocí grandes orquestas, grupos musicales y solistas. Me vienen algunos nombres, cuya música aprendí a gustar en su compañía: Herb Alpert, Dick Contino, Edith Piaf, Ramona Galarza, Yves Montand, The Platters, Los 5 Latinos, Paul Anka. 


Miguel Yépez, Abel Adrián y yo ingresamos juntos a la Universidad Nacional San Antonio Abad del Cuzco-UNSAAC el año 1962. Los tres habríamos de estudiar derecho, Abel y yo hicimos además la carrera de antropología, en un caso poco frecuente para entonces. En Derecho fuimos estimados por nuestros maestros Leoncio Olazábal, Carlos Ferdinand Cuadros, César A. Muñiz, Lino Casafranca. El maestro Olazábal se refería a Miguel, Abel y yo como “Los Tres Ases”, es algo que no olvidaré.

La personalidad y carisma de mi gran amigo Miguel Yépez, su temprana visibilidad social en la ciudad del Cuzco, permitían augurarle un destacado papel representativo en años próximos. No obstante, consideraciones diversas llevaron a que decidiese trasladarse a Lima, la capital del país, en 1964, donde él culminó exitosamente la carrera de derecho graduándose de Abogado en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos con una brillante tesis titulada “La protección legal de los bienes artísticos e históricos de la Nación” que poco más tarde se convertiría en libro (Edit. Garcilaso, Cuzco 1971). En su lista de agradecimientos aparecen los doctores Vicente Ugarte del Pino, Carlos Ferdinand Cuadros y Víctor Guevara Pezo, junto a ellos también sus amigos Rodolfo Sánchez Garrafa, Abel Adrián Ambía y Carlos Sánchez Lago, cerrando así un ciclo de formación profesional descollante. 

Debo destacar que Miguel Yépez contando 24 años de edad, fue llamado, al poco tiempo de culminar sus estudios, para reemplazar a Juan José Vega Bello en la cátedra auxiliar de Historia del Derecho Peruano. Más tarde profesaría en varios otros centros universitarios. 


Una sentida nota escrita por Herberth Castro Infantas, hace una suma de la trayectoria profesional y social de este notable cuzqueño. Miguel Yépez ocupó importantes cargos en la administración pública. Fue director de la Academia de la Magistratura, Gerente de Asuntos Judiciales de la Fiscalía de la Nación, funcionario de EsSalud y de otras instituciones, además de ser miembro de la directiva del Club Cusco y miembro de la Hermandad del Señor de los Temblores. Pese a estos y otros muchos logros en su vida, Miguel me confío desde la intimidad que quizá uno de sus más grandes equívocos había sido dejar su querida ciudad del Cuzco, no le faltaba razón para decir esto, en Cuzco Miguel ha sido realmente querido y admirado y él supo corresponder a este amor que era mutuo. Para mí no podía haber sido de otra manera, nuestro espíritu de argonautas nos habría llevado inevitablemente tras el Jardín de las Hespérides, el Vellocino de Oro, o la entrada al reino de Pachacamac en el mundo subterráneo. Tal ha sido siempre nuestra vocación, el sentido de nuestras vidas.


Tenía Miguel una gran convocatoria, el me llevó repetidas veces al reencuentro con los compañeros de promoción del Colegio La Salle. Así volví a sentirme cerca de grandes amigos como Augusto de la Barra, Mario Abel Pérez, Edgar Pezo, Carlos Rueda, Carlos Castillo, Jorge Pezúa. Yo le ponía al tanto sobre los compañeros de promoción del Colegio Ciencias. Miguel siguió practicando la música, pasando a ser buen ejecutante en el acordeón y el piano, afición que evocaba la figura de su abuelo paterno el doctor Yépez, que fuera magistrado de la Corte Superior del Cuzco.


Tengo que ser sincero, compartimos todavía unos años en Lima con Miguel, su familia, su esposa Anita López e hijos. A partir de los años 70 nuestras vidas siguieron su propio curso, en naves diferentes que, sin embargo, no menguaron la profundidad de nuestro vínculo de amistad. Miguel en las últimas veces que tuvimos oportunidad de conversar con alguna profundidad, reiteró sus afectos, el amor por los suyos, por todos sus hijos, la conciencia de su noble estirpe, la sabiduría de los años sobre la brevedad del ser, la necesidad de una paz espiritual y la amigable composición de cualesquier despropósito que hubiese ocurrido como producto humano. 

Hemos vivido mucho juntos Miguelito. En un alto de este viaje por los siete mares, te hemos vuelto a entregar todo nuestro cariño. Me has permitido volver a ver a tu familia, a reencontrarme con mi hermano Abel, saludar a personas queridas como Henry Aragón, Darmiya Mayo y otras muchas que te acompañaban. Tu recuerdo queda intacto. Tu nombre presente en cantos y oraciones.



Lima, 26 de setiembre de 2017.


jueves, 21 de septiembre de 2017

IDEA DEL CENTRO EN LAS TRADICIONES ANTIGUAS

Julio Gilberto Muñiz Caparó
Círculo Andino de Cultura

Gracias a la iniciativa de nuestro amigo y maestro Rodolfo Sánchez Garrafa, estamos empezando a vislumbrar la perspectiva metafísica de René Guènon que abarca tres grandes temas: 1) La crítica del mundo moderno; 2) la doctrina metafísica y 3) los estudios simbólicos.

El primer gran tema titulado “Los Signos de los Tiempos” de Guènon contiene severas críticas a la modernidad y advierte del peligro de auto aniquilación que amenaza a Occidente si no retorna a las fuentes metafísicas de su propia tradición. Hace un llamado a Oriente para que lo salve y lo asimile de grado o fuerza, porque de no hacerlo, “occidente podría desaparecer sumida en la peor barbarie”. Reconoce que las enseñanzas esotéricas, siendo como son de carácter estrictamente simbólicas y reservadas son las únicas que pueden darle el trato relacionado con el ser humano y el todo universal. Es decir en los planos: físico o plano material; psíquico o alma y espiritual o espíritu. Esta división dio lugar a tres disciplinas: La ciencia de la naturaleza o ciencia física; La ciencia del alma o Psicología y la ciencia del espíritu o Metafísica, esta última llamada así por entender de todo lo que está más allá de lo físico. Esotéricamente hablando, se debe tener en cuenta que el espíritu no es una facultad individual, sino una facultad universal que está unida a los estados superiores del ser. 

Guènon explica que el mundo moderno tiene la tendencia de reducir todo al punto de vista cuantitativo, materialista y pseudoespititualista, donde prevalece lo profano y lo convencional, manteniendo “lo sagrado” en total olvido. Explica que por esta razón es posible comprobar la existencia de una quinta parte “civilizada y moderna” que sobrevive de la explotación de las otras cuatro quintas partes. Como consecuencia, una inmensa mayoría de habitantes vive convencida de que el planeta Tierra es de propiedad privada y exclusiva en beneficio de unos cuantos grupos humanos quienes la explotan al imperio de su propia y estrecha ley.

René Guénon, según se puede resumir, define el mundo moderno como la degeneración e inversión del mundo Tradicional. Por una parte el carácter decisivo de la modernidad es su carácter anti-tradicional, su negación de toda herencia del pasado y su falta de reconocimiento de cualquier deuda con una sabiduría o cultura anterior. La oposición clásica entre Occidente y Oriente no es geográfica sino ideológica y doctrinal, anota. 

El segundo gran tema se refiere a la doctrina metafísica, en él René Guènon penetra en las honduras del conocimiento, su realización como corolario con acento muy marcado en las diferentes modalidades o “estados del Ser”. Se introduce con fuerza en el estudio de las doctrinas hindúes y evoca con mucha atención los estudios relacionados con “los estados múltiples del Ser”, “El simbolismo de la Cruz” y “El hombre y su devenir según el Vedanta”. (El Vedanta forma parte de la doctrina Hindú que sirvió de soporte a Guènon para abordar desde un punto de vista estrictamente metafísico la constitución del ser humano en sus tres órdenes de existencia: el dominio corporal, el dominio psicológico y el dominio espiritual). Estos elementos orientales son esenciales para preparar la formación de una élite intelectual en occidente. 

El tercer gran tema, es el SÍMBOLO, que para Guènon es el instrumento más importante en el camino de la autorrealización espiritual. "Abre unas posibilidades de concepción verdaderamente ilimitadas, por lo que constituye el lenguaje iniciático por excelencia, el vehículo indispensable de toda enseñanza tradicional", Guènon destaca la llamada "ley de correspondencia" como fundamento mismo de todo simbolismo, "en virtud de la cual toda cosa que proceda esencialmente de un principio metafísico del que obtiene toda su realidad, traduce y expresa este principio a su manera y según su orden de existencia, de tal forma que, de un orden al siguiente, todas las cosas se encadenan y corresponden para concurrir a la armonía universal y total, que es, dentro de la multiplicidad de las manifestaciones, como un reflejo de la misma unidad principal. Es por esto que las leyes de un ámbito inferior siempre se pueden tomar para simbolizar realidades de orden superior, donde se encuentra su razón profunda, que es a la vez su principio y su fin". 

Las reflexiones de Guènon, nos conducen a recordar que la Cultura Andina, con una antigüedad de más de 3,700 años A.C. se sustentaba en los elevados principios de correspondencia, complementariedad y reciprocidad, principios que siguen vigentes en el pueblo peruano y en la región andina de origen ancestral. Todo parece indicar también que, el hombre andino se adelantó al planteamiento científico de Max Planck (Premio Nobel de Física) quien introdujo la Física Cuántica, aseverando que “los seres humanos estamos formados por átomos con inmensas posibilidades, siendo el pensamiento una realidad que nosotros mismos creamos en el universo, y éste una energía, el universo está formado de millares de energías y todos estamos conectados por ellas”. 

El hombre andino, desde tiempos inmemoriales, es, piensa, siente y actúa absolutamente conectado con la naturaleza, el universo, sus fenómenos y sus leyes. La cultura comunitaria andina mantenía y mantiene al ser humano en familia constituida por el hogar absolutamente emparentado con las plantas, los animales, La Tierra y el Universo todo. 

El símbolo, según Guènon, es la representación sensible de una idea; las palabras son también símbolos, por eso, el lenguaje es un caso particular del simbolismo. El principio del simbolismo es la existencia de una relación de analogía entre la idea y la imagen que la representa. El símbolo sugiere, no expresa, por ello es el lenguaje electivo de la metafísica tradicional. Su origen es no-humano y se basa en la correspondencia entre dos órdenes de realidades; tiene su fundamento en la naturaleza misma de los seres y las cosas, por eso -dice Guènon- LA NATURALEZA TODA… ES UN SÍMBOLO.

Es esta parte sustantiva de la obra de René Guènon la que nos está llevando a realizar estos trabajos, con intercambio de ideas y con el propósito de entender, profundizar y alimentarnos del conocimiento y del esfuerzo guenonista de conservar y divulgar las tradiciones espirituales.


IDEA DEL CENTRO EN LAS TRADICIONES ANTIGUAS

Hoy nos toca abordar la “idea del Centro en las tradiciones antiguas” que René Guènon publicó en París en 1926.

El Centro es, dice Guènon, el origen, el punto de partida de todas las cosas; es el punto principal, sin forma ni dimensiones, por lo tanto indivisible, y, por consiguiente, la única imagen que pueda darse de la Unidad primordial. De él, por su irradiación, son producidas todas las cosas, así como la Unidad produce todos los números, sin que por ello su esencia quede modificada o afectada en manera alguna. Hay aquí, aclara el maestro, un paralelismo completo entre dos modos de expresión: el simbolismo geométrico y el simbolismo numérico, de tal modo que se los puede emplear indiferentemente y que inclusive se pasa de uno al otro de la manera más natural. 

No hay que olvidar, por lo demás, que en uno como en otro caso se trata siempre de simbolismo: la unidad aritmética no es la Unidad metafísica; no es sino una figura de ella, pero una figura en la cual no hay nada de arbitrario, pues existe entre una y otra una relación analógica real, y esta relación es lo que permite transponer la idea de la Unidad más allá del dominio cuantitativo, al orden trascendental. Lo mismo ocurre con la idea del Centro; éste es capaz de una transposición semejante, por la cual se despoja de su carácter espacial, el cual ya no se evoca sino a título de símbolo: el punto central, es el Principio, el Ser puro; y el espacio que colma con su irradiación, y que no es sino esa irradiación misma (el Fiat Lux del Génesis).

¿Qué significia el Fiat Lux del Génesis?

Fiat lux es una locución latina que literalmente significa «Que se haga la luz»

La expresión proviene del tercer versículo bíblico del libro del Génesis. En la traducción Reina Valera aparece en la siguiente forma:
  1. En el principio creó Dios los cielos y la tierra.
  2. Y la tierra estaba desordenada y vacía, y las tinieblas estaban sobre la faz del abismo, y el Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas.
  3. Y dijo Dios: Sea la luz; y fue la luz.
  4. Y vio Dios que la luz era buena; y separó Dios la luz de las tinieblas.

La representación más sencilla de la idea de centro es marcar un punto que representa el emblema del principio y hacer a su rededor un círculo que representa el emblema del Mundo. A juicio de Guènon, desde tiempos remotos se ha tomado al SOL como el centro o el corazón del mundo, considerado también como “signo astronómico solar”, cuando en realidad tiene un sentido mucho más vasto y profundo. Es decir, el sol, según las antiguas tradiciones, es el verdadero CENTRO DEL MUNDO, O, PRINCIPIO DIVINO. La relación existente entre el centro y la circunferencia es que ésta (la circunferencia) no podría existir sin su centro, mientras que EL PUNTO es absolutamente independiente de aquella.

Guènon dice que si, por ejemplo, trazamos una cruz utilizando cuatro radios que salen del centro y terminan en la circunferencia, la nueva figura tiene una serie de significaciones secundarias trascendentes. Explica que para atenerse solo al orden de la existencia terrestre, la figura define:
  • Los cuatro principales momentos del día,
  • Las cuatro fases de la Luna,
  • Las cuatro estaciones del año y, también,
  • Las cuatro edades de la humanidad, que habrían empezado en la pre historia con la aparición de la raza humana hasta la aparición de la escritura; pasando por la Edad Antigua, la Edad Media, la Edad Moderna y la Contemporánea. 



Señalando que “Tawantinsuyo” significa “Cuatro Suyos, recordemos aquí que, Huaman Poma de Ayala, en su crónica, según Valcárcel, hizo la historia universal en cuatro edades: “la primera, Los Wari Wiracocha Runa o sea “Los hombres creados por el fundador y Señor Supremo del Universo”; la segunda: Los Wari Runa o sea “los hombres fundadores que aprendieron a cultivar”…; la tercera: Los Purun Runa o sea “los hombres de la montaña que se multiplicaron como la arena del mar”, y la cuarta: los Auca Runa, “los hombres guerreros y conquistadores”. 

A continuación el Maestro menciona las ruedas de 6 y 8 radios, conocida como la “ruedecilla céltica” que se perpetuó en el medioevo y también se encuentran en los países orientales (Caldea y Asiria) y en La India como en el Tíbet es conocida con el nombre de “Chakra” o también como “Crisma”. Esta rueda ya no es solo un “signo solar”. Es ante todo, un símbolo del mundo. En el lenguaje simbólico de La India, se interpreta como “La rueda de las cosas” o “la rueda de la vida” o “La rueda de la ley”. Dice Guènon que el Zodiaco está representado en forma de una rueda de doce rayos y que no es ninguna coincidencia que en Sánscrito dicha figura signifique literalmente: “La rueda de los signos” que bien podría traducirse como “La rueda de los números”. 

Hay además, dice Guènon, cierta conexión entre la rueda y diversos símbolos, florales como la flor de loto, el lirio o la rosa. Ese abrirse de la flor, argumenta, es una irradiación en torno del centro. Recuerda que la tradición hindú el mundo se representa, a veces, en forma de un loto en cuyo centro se eleva el Meru, la Montaña Sagrada que simboliza el Polo. 

Para Guènon EL CENTRO es propiamente EL MEDIO. Es decir, el punto equidistante de todos los puntos de la circunferencia y divide todo diámetro en dos partes iguales. Es, dice, la acción del principio en el seno de la creación. El medio entre los extremos representados por puntos opuestos de la circunferencia es el lugar donde las tendencias contrarias, al llegar a esos extremos, se neutralizan y encuentran un perfecto equilibrio. Ciertos esoteristas musulmanes atribuyen a la cruz el mayor valor simbólico. Al centro de la cruz le llaman “Estación Divina” porque es el lugar donde se unifican todos los contrarios y se resuelven todas las oposiciones. Eso es el equilibrio que representa la armonía que no son dos ideas diferentes, sino solo dos aspectos de una misma idea. EL CENTRO ES TAMBIÉN IDEA DE JUSTICIA, porque la virtud está en el justo medio entre dos extremos. Y desde un punto de vista más universal, las tradiciones extremo-orientales hablan sin cesar del “Invariable medio” que es el punto donde se manifiesta la “actividad de cielo”, y según la doctrina hindú, en el centro de todo ser, como de todo estado de existencia cósmica, reside el reflejo del PRINCIPIO SUPREMO.

Para Guènon, el equilibrio es el reflejo de la circunferencia en movimiento en torno de su centro, punto único que permanece fijo e inmutable. La fijeza del Centro es la imagen de la eternidad, donde todas las cosas son presentes en simultaneidad perfecta. El Principio es, según la expresión hindú, el “ordenador interno” (antaryâni), pues dirige todas las cosas desde el interior, residiendo él mismo en el punto más íntimo de todos, que es el Centro. Ello se confirma cuando la esfera, terrestre o celeste, cumple su revolución en torno de su eje: hay en esta esfera dos puntos que permanecen fijos: son los polos, las extremidades del eje o sus puntos de encuentro con la superficie de la esfera; por eso la idea de Polo es también un equivalente de la idea de Centro.

Una de las figuras más notables que le sirven a Guènon para exponer la idea de CENTRO, es la esvástika, que es esencialmente el “signo del Polo” o símbolo del movimiento. El Maestro afirma que esta interpretación resulta insuficiente, porque no se trata de un movimiento cualquiera, sino de un movimiento de rotación que se cumple en torno de un centro o de un eje inmutable. El Centro imprime a todas las cosas el movimiento y, como el movimiento representa la vida, la esvástika es un símbolo de la vida o, más exactamente, del papel vivificador del Principio con respecto al orden cósmico. Existen dos tipos de esvástica: la esvástica dextrógira que gira a la derecha en sentido horario y la esvástica levógira que gira hacia la izquierda en sentido anti horario. 


Todo ser aspira a retornar a su Principio, es decir al CENTRO, tendencia que pertenece a todas las tradiciones. Ese simbolismo forma parte de la orientación de las iglesias cristianas y es común a todas las religiones. En resumen, según Guènon, el Centro es a la vez el principio y el fin de todas las cosas; es, dice, según un simbolismo muy conocido, el alfa y el omega. Mejor aún, es el principio, el centro y el fin; y estos tres aspectos están representados por los tres elementos del monosílabo Aum, aludido como emblema de CRISTO.

En resumen; según Guènon, el PUNTO es el emblema del PRINCIPIO y el CÍRCULO EL DEL MUNDO. 

Para concluir, se puede entender, pienso, que el Principio es Dios y el círculo el Universo. Mientras la física moderna afirma que el centro no existe y si es que existiera estaría en todas partes, se podría decir, siguiendo la línea de Guènon, que la tierra gira alrededor del sol, que a su vez gira alrededor de la vía láctea, la misma que gira alrededor de un cúmulo de galaxias hasta el infinito.

Muchas gracias.


Tema expuesto en reunión del Círculo Andino de Cultura llevada a cabo el 20 de setiembre de 2017, como parte de su Seminario sobre "Símbolos fundamentales de las Ciencia Sagrada según Guènon". Referencia: GUÈNON, Renè: Los símbolos fundamentales de la ciencia sagrada. Paidos, 1995.
* Julio Gilberto Muñiz Caparó (Cuzco 1957). Escritor y poeta. Periodista, radiodifusor, político, analista en radio y televisión. Ha desempeñado altos cargos de responsabilidad pública: Alcalde del Cusco, Congresista Nacional, Titular de la Secretaría General de Palacio de Gobierno en el período del Presidente Valentín Paniagua Corazao (2000—2001). Ha sido distinguido por el Ministerio de Cultura como "Personalidad Meritoria de la Cultura".


miércoles, 9 de agosto de 2017

MANUEL SALAS Y SU VISIÓN SOBRE LA OBSESIÓN DE LIBERTAD

Rodolfo Sánchez Garrafa


Al escribir su novela Locotone, obsesión de libertad (Artprint, 2016), Manuel Salas Córdova* ha cumplido una demanda guardada en la memoria. Es que los hechos que relata son —quiero creerlo así— en gran parte reales, ocurrieron y, lo que no, está en el terreno de lo posible, con un planteamiento muy bien escrito por cierto. 

El argumento

Se trata de una historia de aventura, osadía, misterio, riesgo y amor, protagonizada por un hombre citadino singular, que allá por los años 40 del siglo pasado se interna en lo profundo de la enigmática selva virgen de Q’osñipata y Madre de Dios, que alberga hoy mismo uno de los sistemas naturales con mayor biodiversidad en el planeta. En el fondo de la épica travesía, permanencia y admirable adaptación de Roberto Verón, el héroe, que escapando de una prisión limeña vence los obstáculos de la impenetrable cordillera de Pantiacolla, habría que situar la extraordinaria casuística que conlleva el milenario desplazamiento de los andinos hacia la región de los bosques húmedos lluviosos que se ubican en el territorio oriental amazónico del Perú, el mismo que de ningún modo es un espacio vacío, pues decenas de pueblos nativos lo ocupaban desde tiempos ancestrales y con algunos de ellos habría de enfrentarse inevitablemente el “loco” protagonista de esta cautivante narración. 


Al empezar la lectura no pude evitar asociar esta historia con la trama del relato breve sobre Pedro Serrano en el Inca Garcilaso de la Vega y con la más familiar novela sobre Robinson Crusoe en la pluma de Daniel Dufoe. Sin embargo, la diferencia es grande, Locotone, el sobrenombre que asume Tito o Roberto Verón, incide en la relación inversa entre el alejamiento de la llamada civilización y la vida próxima a la naturaleza. Mientras Serrano y Crusoe son náufragos supervivientes que soportan una larga estadía en una isla aparentemente deshabitada, para finalmente volver a su tierra de origen. Locotone es el fugitivo que renuncia a su mundo primigenio y huye de éste hacia un remoto destino de donde nunca más regresará.


El encuentro entre culturas

Más que incidir sobre detalles, importa advertir que la novela da buena cuenta del encuentro entre culturas y permite atisbar lo que realmente fue el choque entre colonizadores y pobladores nativos de las etnias Wachipayri y Amawaka, conformantes de la familia sociolingüística Arakmbut. Es fascinante remontarse a una época en que estos pueblos nativos todavía eran numerosos, tenían un dominio territorial efectivo, conservaban su modo de vida, lengua, costumbres, rituales, y una vida cotidiana de franco diálogo y reciprocidad con la naturaleza. La supervivencia, las consecuencias del encuentro, los conflictos y la convivencia de diferentes culturas son tan sólo algunos de los muchos temas que aborda este libro. Locotone, el aventurero evocado, asume un modo de vida amazónico, su coraje le permite soportar la dura adaptación que no solo concierne a condiciones ambientales sino a la comprensión de la racionalidad de nuevas prácticas culturales en la inevitable convivencia. Interesado al principio en la acumulación de oro, para asegurar su propia supervivencia, acabará otorgando sentido a la osada adquisición de una mujer nativa con la cual compartir el resto de su vida.

No abundan en nuestra literatura textos que incidan sobre el encuentro entre culturas mestizas de los andes y nativas de la amazonia sur oriental peruana. Manuel Salas ha acometido esta tarea de manera feliz, mostrando más allá de los avatares del héroe, los rasgos dominantes en la progresiva penetración a un territorio visto como alternativa de enriquecimiento, siguiendo en principio los moldes de dominio de la hacienda señorial andina. 

La libertad y el costo del "progreso"

Locotone queda registrado como una posibilidad de vida, con reconocimiento del otro; sin embargo, para pena nuestra, la historia revela lo extremadamente difícil que es estructurar relaciones isométricas en situaciones de interculturalidad. En la desaparición y el evitamiento se juegan cartas que no se condicen con la solidaridad humana. No hay colonización que pueda dar frutos esperanzadores. Es posible que los colonizadores de ayer estemos a nuestra vez siendo imperceptiblemente colonizados y no tengamos, esta vez, una selva virgen que nos brinde refugio.


Al margen, este provocador libro de Manuel Salas Córdova invita no ya a preguntarnos por el destino de Roberto Verón sino por el de los pueblos que lo acogieron. Tras el establecimiento de haciendas agrícolas o zonas de explotación forestal, combinada con la búsqueda de oro, mediante trochas y caminos que favorecieron este proceso, vemos que de los wachipayres, formidables guerreros y cazadores de antaño, queda apenas un poco más que el recuerdo, y una gran lección histórica esbozada por Manuel Salas, un autor que seguirá dando que hablar.

* Manuel Salas Córdova es Ingeniero Químico, graduado en la UNSAAC, hombre dinámico, aventurero, soñador, con un profundo amor por su tierra el Cuzco y por su país. Además del libro que comentamos, ha escrito numerosos trabajos en narrativa y poesía que esperamos publique pronto. 

miércoles, 19 de julio de 2017

GAMALIEL CHURATA Y SU INNATA VOCACIÓN DE ESCRITOR*

Rodolfo Sánchez Garrafa

La generosidad de José Luis Ayala explica mi presencia en esta mesa. Considero que mi único mérito para esta distinción es, quizá, haber conformado el Comité Peruano del Centenario del Nacimiento de Gamaliel Churata establecido en Lima en noviembre de 1996.

Es seguro que a ninguno de los aquí reunidos nos es ajena la figura del extraordinario escritor Gamaliel Churata, hombre representativo de su tiempo. Digo esto no porque Arturo Pablo Peralta Miranda, el hombre llamado así tras el seudónimo enunciado, sea el ejemplo de lo que fueron todos los que compartieron con él las mismas circunstancias en tanto productos de la historia, sino en cuanto él hizo todo lo que le fue posible hacer para conquistar su libertad y asumir su potencial papel de creador de la historia. Es decir, Gamaliel Churata no ha pasado a la historia, ya estaba como todos nosotros en la historia, pero pocos ejercitamos como lo hizo él la capacidad de trascender a las contingencias, mantenerse en pie, exponer el rostro propio, actuar distinguiendo lo particular de lo general, lo contingente de lo real, lo inhumano de lo humano, lo auténtico de lo inauténtico. Eso es lo que hizo Gamaliel Churata, por eso lo reconocemos como un gran hombre, como un hombre descollante y creador de la historia.

La magnitud de su obra creadora

Por lo escrito hasta ahora sobre Churata y, particularmente, gracias a contribuciones invalorables como el libro que se presenta esta noche: Innata vocación del escritor GAMALIEL CHURATA que tiene como editor al ilustre intelectual José Luis Ayala, sabemos que Churata empezó a escribir desde los años treinta del siglo pasado, siendo autor de El pez de oro, una obra considerada medular del Perú y aún de América, y -en palabras de Ricardo González Vigil- “probablemente la creación literaria más compleja y ambiciosa llevada a cabo por puneño alguno” (Cit. Ayala 2017: 312).

La colosal producción de Churata se extiende a muchos otros trabajos, entre los cuales el volumen que hoy se presenta nos brinda información sobre El pez de oro, libro de libros, que involucra otros como Españoladas, Pueblos de piedra, Mama kuka, Puro andar, Morir de América, pero también nos ilustra sobre textos a los que solo recientemente hemos podido acceder como es el caso de Resurrección de los muertos. Ahora bien, todo este esfuerzo creador configura una anticipación vanguardista, indigenista y filosofante (R.G.V). Es claro que el carácter de tales atributos vino siendo todavía general y apenas indiciario. José Luis Ayala nos ayuda a palpar más de cerca esta obra, al puntualizar que: a) La escritura de Churata sigue una tradición andina distanciada con claridad de la colonial imperante, b) Su vanguardismo conlleva una expresión de creatividad cosmogónica, c) Se inscribe en la corriente de la escritura híbrida, d) Propone una reconceptualización radical del deber ser de la literatura americana y de las estructuras cognitivas de nuestro pensamiento crítico. Cada uno de estos rasgos es tratado con seriedad y convicción por José Luis Ayala; de ahí que, luego de una lectura detenida de su análisis, sea difícil desconocer el carácter amplio, emergente, insólito, de la propuesta magistral de Churata.

El reconocimiento a la estatura intelectual de Churata

Año 2017, la obra de Gamaliel Churata empieza a ser estudiada por importantes críticos y académicos del siglo XXI. Tuvieron que transcurrir sesenta años desde la publicación de El pez de oro (1957) para que pasara a ser leído con avidez por un sector importante de lectores en nuestro medio y en otras latitudes del mundo.


El lenguaje rupturista empleado por Churata, la mezcla de lenguas o hibridismo lingüístico, la estructura divorciada de la linealidad en sus libros y un supuesto carácter onírico, habrían incidido en la limitada difusión de la obra churatiana hasta años recientes.

Esto es justamente, lo que se desprende de una notas compartidas por Eloy Jáuregui, para quien, en sus primeros encuentros, El pez de oro era un constructo polisémico y polifónico que en las postrimerías de los años setenta gozaba de una inexplicable oscuridad y complejidad. Centro de un debate inaugurado en Puno en 1979 por Omar Aramayo en su tesis “El Pez de Oro, la biblia del indigenismo”, a la que siguieron “Historia social e Indigenismo en el Altiplano” de José Tamayo Herrera, y otros trabajos como “Las fronteras de la escritura. Discurso y utopía en Churata” de Miguel Ángel Huamán escrito en 1994.

El conocido crítico literario Ricardo González Vigil escribió en 1983 “en el Perú casi nadie ha escuchado hablar de El pez de oro (¿cuándo será reeditado? ¿quién publicará los numerosos inéditos de Churata, y recopilará los seis mil artículos que dejó dispersos?)”.

Para hacer breve el recuento, responderemos directamente que, sin duda, ha sido José Luis Ayala el protagonista principal en la ardua tarea de editar, difundir e investigar la obra de Gamaliel Churata. No solo ha jugado un papel decisivo en sucesivas reediciones de El pez de oro (1987, 2011), sino que ha promovido la reconstrucción del trayecto vital de Churata hasta convertirse en uno de los mejores conocedores de su biografía; aquí en Innata vocación de escritor están los testimonios que así lo demuestran: La mesa redonda sobre la vida y obra de Gamaliel Churata (1991), la celebración peruana del Centenario del Nacimiento de Churata (1997), la larga jornada por la recuperación de textos inéditos de Churata, su participación en el Simposio Internacional sobre Churata y el desarrollo de las epistemias en la era de la globalización (Pittsburgh, 2016), y ahora, abreviando, la publicación de Innata vocación del escritor Gamaliel Churata (2017) que así como en sus empeños anteriores ha implicado la movilización de muchísimas personas con sus testimonios, rescate epistolar, pesquisa documental, sensibilización institucional y gestión cultural a diversos niveles. José Luis Ayala no solo es un biógrafo de Churata sino que es un difusor informado de su pensamiento. Diría que ha hecho más que contribuir al retorno de Churata desde el fondo del tiempo, ha logrado que el autor de El pez de oro nos transmita la energía vital que conservan sus escritos, un kamay primordial que tanta falta nos hace a los habitantes de akapacha. Ya lo había anticipado Churata, al afirmar que los muertos no solo hablan y viven a través de los vivos, sino en el caso de los escritores ya sean poetas o novelistas, hablan y viven (y fecundan, agrego) en los textos que dejan escritos.

José Luis Ayala, estudioso y difusor del pensamiento de G. Churata

Debo también señalar, sin embargo, que el papel de José Luis Ayala no se ha limitado al de un ayudante de cámara -en el sentido asignado a este rol por el filósofo Karel Kosic-, es decir su propósito no ha sido ni es, según creo, mostrar la imagen de un héroe, el del gran Churata, en sus facetas visibles y sus más humanas dimensiones, privadas éstas de sentido crítico por lo que podríamos considerar un desborde de admiración. No, lo que debemos elogiar en el andar, en el peregrinaje indesmayable de José Luis, es el deseo de motivar y avivar el interés social por un pensamiento con fuerza suficiente como para irrigar los predios de la libertad y la construcción de identidad desde el mundo andino. Fruto de esa encomiable entrega, apoyada por otras mentes y corazones igualmente comprometidos, es perceptible que el reconocimiento a Churata se ha incrementado de manera exponencial y cualitativa, aunque sus lectores todavía no sean lo numerosos que sería deseable.

La universalidad de Churata

¿Cómo es que Churata siendo un pensador muy particular, incluso sui géneris, alcanza universalidad? El concepto de universalidad se aplica a elementos o situaciones conocidas y/o utilizadas mundialmente. Con este adjetivo solemos referirnos también a ideas o creencias que se basan en unas verdades válidas para una mayoría o totalidad social determinada. En consecuencia, es posible que existan y, de hecho, existen ideologías con pretensiones de universalidad que se contradicen entre sí.

Con José Luis Ayala en la presentación de "Innata vocación del escritor
Gamaliel Churata" (Foto: Carlos Portugal Mendoza)

El proyecto estético-ideológico puesto en práctica por Churata ha sido elaborado con ideas fundamentales de la cosmovisión desarrollada por las culturas ancestrales andinas y se alimenta también de saberes esenciales de la cultura occidental. Churata ha pugnado por cuestionar la hegemonía excluyente de la cultura occidental dominante, reclamando con lucidez la validez de un pensamiento originario que responde a la realidad en esta parte del mundo. El aporte de Gamaliel Churata es original, de un lado polisémico y, de otro, total, pues cubre con amplitud todos los espacios de manifestación de la cultura. Churata trata de hacernos entender que podemos ser modernos, sin abandonar la tradición. Su opción por una libertad de conciencia que desde lo telúrico y su valoración antropológica se muestre auténtica (Ayala, ibid: 35), es una apuesta heterodoxa que busca romper un sistema cerrado de pensamiento, a la luz de las conquistas conceptuales de la cultura andina que asume como propia. Es así como podemos explicar también la subversión profética de su legado y su innegable valor para proseguir la construcción de una filosofía que se inicia y culmina en la comunidad.

Para Churata lo andino está vivo, vigente, por lo tanto, en constante cambio y construcción a partir y sobre sus propias bases de pensamiento. Eso explica su decisión de escribir en español andino híbrido, esto es en español americano que contiene palabras, conceptos de orden cosmogónico y metafísico, así como una estructura de pensamiento, que provienen de la cultura andina y los distintos idiomas originarios de los Andes.

La universalidad de Churata, en términos de su presencia en la comunidad académica global, es algo que ya se viene produciendo y sus alcances serán seguramente mayores en los próximos años, pues cautivan su estética, su metafísica e incluso su proyecto social libertario. La universalidad de su pensamiento, considerando el valor que posee para orientar el desenvolvimiento de la sociedad a construir desde los pueblos andinos, si bien relativa, es claramente pertinente a las circunstancias y proceso histórico continental.

Dicho esto, hermanas y hermanos en el seno de los Andes, solo resta agradecer a José Luis Ayala su desprendimiento, que a la vez constituye una afirmación de sí mismo, demostrada muy concretamente en su decisión de ya no ejercer el periodismo cultural para dedicarse por completo a Churata, y seguir trabajando para que se le conozca mejor. Churata ha pasado a ser raíz en el árbol milenario de la cultura andina y José Luis es, hoy por hoy, uno de los mejores frutos de ese árbol viviente, un fruto sazonado, de esos que aseguran el vigoroso futuro de nuestros pueblos.

Felicitaciones y gracias José Luis Ayala. Muchas gracias a todos ustedes.

Lima, 18 de julio de 2017.

Referencias:
Ayala, José Luis (Editor)
2017   Innata vocación del escritor Gamaliel Churata. Pakarina            Ediciones. Lima.
Kosic, Karel
1991   El individuo y la historia. Almagesto, Bs. As.


* Comentario expuesto en la presentación del libro Innata vocación del escritor Gamaliel Churata publicado por José Luis Ayala (Casa Museo José Carlos Mariátegui, Lima).


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