miércoles, 27 de septiembre de 2017

EL GATO MIGUEL YÉPEZ CERRÓ LOS OJOS (In memorian)

Rodolfo Sánchez Garrafa


Miguel Yépez Sánchez (Cuzco 1944-Lima 2017), vino al mundo un 1º de julio con los ojos verdes, herencia de sus ascendientes paternos, lo que le valió el sobrenombre de Gato Yépez. Fueron sus padres el ingeniero agrónomo Luis Yépez La Rosa y la señora Rumita Sánchez. Tuvo un solo hermano, Fernando, que murió joven, poco antes de iniciar sus estudios universitarios.

Nos conocimos en la preparatoria (lo que ahora es educación inicial pre-escolar) del Colegio San José de la Salle del Cuzco donde ambos terminamos la primaria. Todos los niños del salón teníamos entre 5 a 6 años por entonces. Era el año 1951, Su Santidad Pio XII era el Papa de la cristiandad, el Perú estaba gobernado por el General Manuel A. Odría. Entre nosotros reinaban la alegría y la inocencia, podría decirse que hasta la maldad convivía en inocencia en aquellos muros y mallas escolares.

Miguel era un niño popular. Recuerdo que era el único en faltar los días sábados. Por entonces, teníamos clases tarde y mañana de lunes a viernes, los sábados concurríamos por la mañana y era obligatoria la asistencia a misa los días domingos. Miguelito estaba exonerado de tales presiones de fin de semana, los sábados salía del Cuzco y se iba a la Granja K’ayra (distrito de San Jerónimo) ubicada a 13 kilómetros de la ciudad, un centro experimental de la Universidad San Antonio Abad – UNSAAC, que por entonces administraba su padre. Otra de las razones de su temprana popularidad era su habilidad para tocar la armónica, lo hacía de manera impresionante para su edad.

No puedo dejar de mencionar que ese año, o quizá el siguiente, el Gato Yépez dio mucho que hablar. A manera de chisme a voces, supimos que había sido sometido a una circuncisión, cosa que él mismo se encargó de difundir. Yo no entendía muy bien de qué se trataba, solo que se refería al genital masculino. Por otro lado, recuerdo a Miguel como un buen alumno, sobre el promedio, teníamos afinidad en el gusto por la lectura. En una fotografía de aquella época aparecemos sentados uno junto al otro, en primera fila, cerca a nosotros reconozco a Juan Salazar Luza, Carlitos Corzo y Dieter Gerlach. La foto nos fue tomada en lo que fueron los jardines interiores de la Fábrica de Tejidos Huascar. Recuerdo que alguna vez visitamos la cercana casa de la Familia Villena Hermoza, en cuya sala destacaba una fotografía de Monseñor Felipe Santiago Hermoza y Sarmiento, arzobispo del Cuzco con quien, si la memoria no me engaña, la familia Villena tenía lazos de parentesco.


Además de una común socialización escolar temprana, no hallo pasajes que destacar en nuestra amistad de aquellos tiempos, salvo el hecho que entre nuestros compañeros estuvieron niños que más tarde darían mucho que hablar por razones diversas: Mendel Winter Zuzunaga, Osmán Morote Barrionuevo, Luis Nuñez Bouroncle, Mario Pereda Falseto, Juan Bautista Salazar Luza, entre otros. Cada uno teníamos seguramente un entorno que nos era más afín. El Gato Yépez y yo nos volvimos a encontrar en los claustros del Colegio Nacional de Ciencias, cursando la secundaria, primero en el local temporal de la Avenida de la Cultura, lo que sería la Gran Unidad Garcilaso de la Vega y, luego, en el edificio acabado de reconstruir en la sede del Glorioso Colegio bolivariano, Plaza San Francisco, entre el Arco de Santa Clara y el impresionante Templo de Francisco de Asís. Este fue un tiempo de entendimiento y profunda amistad. Miguel y yo coincidíamos en muchas cosas, una formación similar y esmerada de base, sensibilidad ante la belleza, gusto por la naturaleza, espíritu democrático. Sus padres veían con buenos ojos nuestra amistad y contribuían a fortalecerla con sus atenciones y aprecio. Pasábamos bastante tiempo en el departamento que habitaban ubicado en la calle Mesón de la Estrella, frente al antiguo Correo y al Cine Colón. Para entonces mi familia se había mudado de la casa que ocupáramos en la Avenida Garcilaso de Huanchac (local de la Cía. Exploradora Cotabambas en casa del señor Ramón Zavaleta) a la casa de don Pablo Ponce Olivera situada en la parte periférica noroeste de la ciudad. 

Buen humor, locuacidad, perspicacia, amplio entorno de relaciones sociales, eran seguramente las dotes más visibles de Miguelito Yépez, que a la sazón contaba con la simpatía de profesores, auxiliares y compañeros de colegio. Nuestra presencia era destacada en el plantel, junto a otros alumnos como Abel Adrián Ambía, Noé Ancón Ramírez, Roberto Barriga Rozas, Hermógenes Castillo y otros de las muchas secciones que tenía el Colegio en cada año de secundaria, entre los que cabe recordar a Jorge Pezúa Vivanco y Raúl García Béjar. Nuestra identificación fue tal que llegué a escribir unas líneas en las que le decía: “Somos viejos argonautas/ Nada nos ha de faltar/ Nos buscaremos en un alto/ De nuestros viajes por el mar.” En esos años producíamos un periódico mural, hacíamos teatro, sacamos el boletín “Horizonte”, organizamos veladas literario-musicales. El gusto musical del Gato era fino y variado, iba desde la música clásica, hasta la internacional contemporánea. Por él conocí grandes orquestas, grupos musicales y solistas. Me vienen algunos nombres, cuya música aprendí a gustar en su compañía: Herb Alpert, Dick Contino, Edith Piaf, Ramona Galarza, Yves Montand, The Platters, Los 5 Latinos, Paul Anka. 


Miguel Yépez, Abel Adrián y yo ingresamos juntos a la Universidad Nacional San Antonio Abad del Cuzco-UNSAAC el año 1962. Los tres habríamos de estudiar derecho, Abel y yo hicimos además la carrera de antropología, en un caso poco frecuente para entonces. En Derecho fuimos estimados por nuestros maestros Leoncio Olazábal, Carlos Ferdinand Cuadros, César A. Muñiz, Lino Casafranca. El maestro Olazábal se refería a Miguel, Abel y yo como “Los Tres Ases”, es algo que no olvidaré.

La personalidad y carisma de mi gran amigo Miguel Yépez, su temprana visibilidad social en la ciudad del Cuzco, permitían augurarle un destacado papel representativo en años próximos. No obstante, consideraciones diversas llevaron a que decidiese trasladarse a Lima, la capital del país, en 1964, donde él culminó exitosamente la carrera de derecho graduándose de Abogado en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos con una brillante tesis titulada “La protección legal de los bienes artísticos e históricos de la Nación” que poco más tarde se convertiría en libro (Edit. Garcilaso, Cuzco 1971). En su lista de agradecimientos aparecen los doctores Vicente Ugarte del Pino, Carlos Ferdinand Cuadros y Víctor Guevara Pezo, junto a ellos también sus amigos Rodolfo Sánchez Garrafa, Abel Adrián Ambía y Carlos Sánchez Lago, cerrando así un ciclo de formación profesional descollante. 

Debo destacar que Miguel Yépez contando 24 años de edad, fue llamado, al poco tiempo de culminar sus estudios, para reemplazar a Juan José Vega Bello en la cátedra auxiliar de Historia del Derecho Peruano. Más tarde profesaría en varios otros centros universitarios. 


Una sentida nota escrita por Herberth Castro Infantas, hace una suma de la trayectoria profesional y social de este notable cuzqueño. Miguel Yépez ocupó importantes cargos en la administración pública. Fue director de la Academia de la Magistratura, Gerente de Asuntos Judiciales de la Fiscalía de la Nación, funcionario de EsSalud y de otras instituciones, además de ser miembro de la directiva del Club Cusco y miembro de la Hermandad del Señor de los Temblores. Pese a estos y otros muchos logros en su vida, Miguel me confío desde la intimidad que quizá uno de sus más grandes equívocos había sido dejar su querida ciudad del Cuzco, no le faltaba razón para decir esto, en Cuzco Miguel ha sido realmente querido y admirado y él supo corresponder a este amor que era mutuo. Para mí no podía haber sido de otra manera, nuestro espíritu de argonautas nos habría llevado inevitablemente tras el Jardín de las Hespérides, el Vellocino de Oro, o la entrada al reino de Pachacamac en el mundo subterráneo. Tal ha sido siempre nuestra vocación, el sentido de nuestras vidas.


Tenía Miguel una gran convocatoria, el me llevó repetidas veces al reencuentro con los compañeros de promoción del Colegio La Salle. Así volví a sentirme cerca de grandes amigos como Augusto de la Barra, Mario Abel Pérez, Edgar Pezo, Carlos Rueda, Carlos Castillo, Jorge Pezúa. Yo le ponía al tanto sobre los compañeros de promoción del Colegio Ciencias. Miguel siguió practicando la música, pasando a ser buen ejecutante en el acordeón y el piano, afición que evocaba la figura de su abuelo paterno el doctor Yépez, que fuera magistrado de la Corte Superior del Cuzco.


Tengo que ser sincero, compartimos todavía unos años en Lima con Miguel, su familia, su esposa Anita López e hijos. A partir de los años 70 nuestras vidas siguieron su propio curso, en naves diferentes que, sin embargo, no menguaron la profundidad de nuestro vínculo de amistad. Miguel en las últimas veces que tuvimos oportunidad de conversar con alguna profundidad, reiteró sus afectos, el amor por los suyos, por todos sus hijos, la conciencia de su noble estirpe, la sabiduría de los años sobre la brevedad del ser, la necesidad de una paz espiritual y la amigable composición de cualesquier despropósito que hubiese ocurrido como producto humano. 

Hemos vivido mucho juntos Miguelito. En un alto de este viaje por los siete mares, te hemos vuelto a entregar todo nuestro cariño. Me has permitido volver a ver a tu familia, a reencontrarme con mi hermano Abel, saludar a personas queridas como Henry Aragón, Darmiya Mayo y otras muchas que te acompañaban. Tu recuerdo queda intacto. Tu nombre presente en cantos y oraciones.



Lima, 26 de setiembre de 2017.


jueves, 21 de septiembre de 2017

IDEA DEL CENTRO EN LAS TRADICIONES ANTIGUAS

Julio Gilberto Muñiz Caparó
Círculo Andino de Cultura

Gracias a la iniciativa de nuestro amigo y maestro Rodolfo Sánchez Garrafa, estamos empezando a vislumbrar la perspectiva metafísica de René Guènon que abarca tres grandes temas: 1) La crítica del mundo moderno; 2) la doctrina metafísica y 3) los estudios simbólicos.

El primer gran tema titulado “Los Signos de los Tiempos” de Guènon contiene severas críticas a la modernidad y advierte del peligro de auto aniquilación que amenaza a Occidente si no retorna a las fuentes metafísicas de su propia tradición. Hace un llamado a Oriente para que lo salve y lo asimile de grado o fuerza, porque de no hacerlo, “occidente podría desaparecer sumida en la peor barbarie”. Reconoce que las enseñanzas esotéricas, siendo como son de carácter estrictamente simbólicas y reservadas son las únicas que pueden darle el trato relacionado con el ser humano y el todo universal. Es decir en los planos: físico o plano material; psíquico o alma y espiritual o espíritu. Esta división dio lugar a tres disciplinas: La ciencia de la naturaleza o ciencia física; La ciencia del alma o Psicología y la ciencia del espíritu o Metafísica, esta última llamada así por entender de todo lo que está más allá de lo físico. Esotéricamente hablando, se debe tener en cuenta que el espíritu no es una facultad individual, sino una facultad universal que está unida a los estados superiores del ser. 

Guènon explica que el mundo moderno tiene la tendencia de reducir todo al punto de vista cuantitativo, materialista y pseudoespititualista, donde prevalece lo profano y lo convencional, manteniendo “lo sagrado” en total olvido. Explica que por esta razón es posible comprobar la existencia de una quinta parte “civilizada y moderna” que sobrevive de la explotación de las otras cuatro quintas partes. Como consecuencia, una inmensa mayoría de habitantes vive convencida de que el planeta Tierra es de propiedad privada y exclusiva en beneficio de unos cuantos grupos humanos quienes la explotan al imperio de su propia y estrecha ley.

René Guénon, según se puede resumir, define el mundo moderno como la degeneración e inversión del mundo Tradicional. Por una parte el carácter decisivo de la modernidad es su carácter anti-tradicional, su negación de toda herencia del pasado y su falta de reconocimiento de cualquier deuda con una sabiduría o cultura anterior. La oposición clásica entre Occidente y Oriente no es geográfica sino ideológica y doctrinal, anota. 

El segundo gran tema se refiere a la doctrina metafísica, en él René Guènon penetra en las honduras del conocimiento, su realización como corolario con acento muy marcado en las diferentes modalidades o “estados del Ser”. Se introduce con fuerza en el estudio de las doctrinas hindúes y evoca con mucha atención los estudios relacionados con “los estados múltiples del Ser”, “El simbolismo de la Cruz” y “El hombre y su devenir según el Vedanta”. (El Vedanta forma parte de la doctrina Hindú que sirvió de soporte a Guènon para abordar desde un punto de vista estrictamente metafísico la constitución del ser humano en sus tres órdenes de existencia: el dominio corporal, el dominio psicológico y el dominio espiritual). Estos elementos orientales son esenciales para preparar la formación de una élite intelectual en occidente. 

El tercer gran tema, es el SÍMBOLO, que para Guènon es el instrumento más importante en el camino de la autorrealización espiritual. "Abre unas posibilidades de concepción verdaderamente ilimitadas, por lo que constituye el lenguaje iniciático por excelencia, el vehículo indispensable de toda enseñanza tradicional", Guènon destaca la llamada "ley de correspondencia" como fundamento mismo de todo simbolismo, "en virtud de la cual toda cosa que proceda esencialmente de un principio metafísico del que obtiene toda su realidad, traduce y expresa este principio a su manera y según su orden de existencia, de tal forma que, de un orden al siguiente, todas las cosas se encadenan y corresponden para concurrir a la armonía universal y total, que es, dentro de la multiplicidad de las manifestaciones, como un reflejo de la misma unidad principal. Es por esto que las leyes de un ámbito inferior siempre se pueden tomar para simbolizar realidades de orden superior, donde se encuentra su razón profunda, que es a la vez su principio y su fin". 

Las reflexiones de Guènon, nos conducen a recordar que la Cultura Andina, con una antigüedad de más de 3,700 años A.C. se sustentaba en los elevados principios de correspondencia, complementariedad y reciprocidad, principios que siguen vigentes en el pueblo peruano y en la región andina de origen ancestral. Todo parece indicar también que, el hombre andino se adelantó al planteamiento científico de Max Planck (Premio Nobel de Física) quien introdujo la Física Cuántica, aseverando que “los seres humanos estamos formados por átomos con inmensas posibilidades, siendo el pensamiento una realidad que nosotros mismos creamos en el universo, y éste una energía, el universo está formado de millares de energías y todos estamos conectados por ellas”. 

El hombre andino, desde tiempos inmemoriales, es, piensa, siente y actúa absolutamente conectado con la naturaleza, el universo, sus fenómenos y sus leyes. La cultura comunitaria andina mantenía y mantiene al ser humano en familia constituida por el hogar absolutamente emparentado con las plantas, los animales, La Tierra y el Universo todo. 

El símbolo, según Guènon, es la representación sensible de una idea; las palabras son también símbolos, por eso, el lenguaje es un caso particular del simbolismo. El principio del simbolismo es la existencia de una relación de analogía entre la idea y la imagen que la representa. El símbolo sugiere, no expresa, por ello es el lenguaje electivo de la metafísica tradicional. Su origen es no-humano y se basa en la correspondencia entre dos órdenes de realidades; tiene su fundamento en la naturaleza misma de los seres y las cosas, por eso -dice Guènon- LA NATURALEZA TODA… ES UN SÍMBOLO.

Es esta parte sustantiva de la obra de René Guènon la que nos está llevando a realizar estos trabajos, con intercambio de ideas y con el propósito de entender, profundizar y alimentarnos del conocimiento y del esfuerzo guenonista de conservar y divulgar las tradiciones espirituales.


IDEA DEL CENTRO EN LAS TRADICIONES ANTIGUAS

Hoy nos toca abordar la “idea del Centro en las tradiciones antiguas” que René Guènon publicó en París en 1926.

El Centro es, dice Guènon, el origen, el punto de partida de todas las cosas; es el punto principal, sin forma ni dimensiones, por lo tanto indivisible, y, por consiguiente, la única imagen que pueda darse de la Unidad primordial. De él, por su irradiación, son producidas todas las cosas, así como la Unidad produce todos los números, sin que por ello su esencia quede modificada o afectada en manera alguna. Hay aquí, aclara el maestro, un paralelismo completo entre dos modos de expresión: el simbolismo geométrico y el simbolismo numérico, de tal modo que se los puede emplear indiferentemente y que inclusive se pasa de uno al otro de la manera más natural. 

No hay que olvidar, por lo demás, que en uno como en otro caso se trata siempre de simbolismo: la unidad aritmética no es la Unidad metafísica; no es sino una figura de ella, pero una figura en la cual no hay nada de arbitrario, pues existe entre una y otra una relación analógica real, y esta relación es lo que permite transponer la idea de la Unidad más allá del dominio cuantitativo, al orden trascendental. Lo mismo ocurre con la idea del Centro; éste es capaz de una transposición semejante, por la cual se despoja de su carácter espacial, el cual ya no se evoca sino a título de símbolo: el punto central, es el Principio, el Ser puro; y el espacio que colma con su irradiación, y que no es sino esa irradiación misma (el Fiat Lux del Génesis).

¿Qué significia el Fiat Lux del Génesis?

Fiat lux es una locución latina que literalmente significa «Que se haga la luz»

La expresión proviene del tercer versículo bíblico del libro del Génesis. En la traducción Reina Valera aparece en la siguiente forma:
  1. En el principio creó Dios los cielos y la tierra.
  2. Y la tierra estaba desordenada y vacía, y las tinieblas estaban sobre la faz del abismo, y el Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas.
  3. Y dijo Dios: Sea la luz; y fue la luz.
  4. Y vio Dios que la luz era buena; y separó Dios la luz de las tinieblas.

La representación más sencilla de la idea de centro es marcar un punto que representa el emblema del principio y hacer a su rededor un círculo que representa el emblema del Mundo. A juicio de Guènon, desde tiempos remotos se ha tomado al SOL como el centro o el corazón del mundo, considerado también como “signo astronómico solar”, cuando en realidad tiene un sentido mucho más vasto y profundo. Es decir, el sol, según las antiguas tradiciones, es el verdadero CENTRO DEL MUNDO, O, PRINCIPIO DIVINO. La relación existente entre el centro y la circunferencia es que ésta (la circunferencia) no podría existir sin su centro, mientras que EL PUNTO es absolutamente independiente de aquella.

Guènon dice que si, por ejemplo, trazamos una cruz utilizando cuatro radios que salen del centro y terminan en la circunferencia, la nueva figura tiene una serie de significaciones secundarias trascendentes. Explica que para atenerse solo al orden de la existencia terrestre, la figura define:
  • Los cuatro principales momentos del día,
  • Las cuatro fases de la Luna,
  • Las cuatro estaciones del año y, también,
  • Las cuatro edades de la humanidad, que habrían empezado en la pre historia con la aparición de la raza humana hasta la aparición de la escritura; pasando por la Edad Antigua, la Edad Media, la Edad Moderna y la Contemporánea. 



Señalando que “Tawantinsuyo” significa “Cuatro Suyos, recordemos aquí que, Huaman Poma de Ayala, en su crónica, según Valcárcel, hizo la historia universal en cuatro edades: “la primera, Los Wari Wiracocha Runa o sea “Los hombres creados por el fundador y Señor Supremo del Universo”; la segunda: Los Wari Runa o sea “los hombres fundadores que aprendieron a cultivar”…; la tercera: Los Purun Runa o sea “los hombres de la montaña que se multiplicaron como la arena del mar”, y la cuarta: los Auca Runa, “los hombres guerreros y conquistadores”. 

A continuación el Maestro menciona las ruedas de 6 y 8 radios, conocida como la “ruedecilla céltica” que se perpetuó en el medioevo y también se encuentran en los países orientales (Caldea y Asiria) y en La India como en el Tíbet es conocida con el nombre de “Chakra” o también como “Crisma”. Esta rueda ya no es solo un “signo solar”. Es ante todo, un símbolo del mundo. En el lenguaje simbólico de La India, se interpreta como “La rueda de las cosas” o “la rueda de la vida” o “La rueda de la ley”. Dice Guènon que el Zodiaco está representado en forma de una rueda de doce rayos y que no es ninguna coincidencia que en Sánscrito dicha figura signifique literalmente: “La rueda de los signos” que bien podría traducirse como “La rueda de los números”. 

Hay además, dice Guènon, cierta conexión entre la rueda y diversos símbolos, florales como la flor de loto, el lirio o la rosa. Ese abrirse de la flor, argumenta, es una irradiación en torno del centro. Recuerda que la tradición hindú el mundo se representa, a veces, en forma de un loto en cuyo centro se eleva el Meru, la Montaña Sagrada que simboliza el Polo. 

Para Guènon EL CENTRO es propiamente EL MEDIO. Es decir, el punto equidistante de todos los puntos de la circunferencia y divide todo diámetro en dos partes iguales. Es, dice, la acción del principio en el seno de la creación. El medio entre los extremos representados por puntos opuestos de la circunferencia es el lugar donde las tendencias contrarias, al llegar a esos extremos, se neutralizan y encuentran un perfecto equilibrio. Ciertos esoteristas musulmanes atribuyen a la cruz el mayor valor simbólico. Al centro de la cruz le llaman “Estación Divina” porque es el lugar donde se unifican todos los contrarios y se resuelven todas las oposiciones. Eso es el equilibrio que representa la armonía que no son dos ideas diferentes, sino solo dos aspectos de una misma idea. EL CENTRO ES TAMBIÉN IDEA DE JUSTICIA, porque la virtud está en el justo medio entre dos extremos. Y desde un punto de vista más universal, las tradiciones extremo-orientales hablan sin cesar del “Invariable medio” que es el punto donde se manifiesta la “actividad de cielo”, y según la doctrina hindú, en el centro de todo ser, como de todo estado de existencia cósmica, reside el reflejo del PRINCIPIO SUPREMO.

Para Guènon, el equilibrio es el reflejo de la circunferencia en movimiento en torno de su centro, punto único que permanece fijo e inmutable. La fijeza del Centro es la imagen de la eternidad, donde todas las cosas son presentes en simultaneidad perfecta. El Principio es, según la expresión hindú, el “ordenador interno” (antaryâni), pues dirige todas las cosas desde el interior, residiendo él mismo en el punto más íntimo de todos, que es el Centro. Ello se confirma cuando la esfera, terrestre o celeste, cumple su revolución en torno de su eje: hay en esta esfera dos puntos que permanecen fijos: son los polos, las extremidades del eje o sus puntos de encuentro con la superficie de la esfera; por eso la idea de Polo es también un equivalente de la idea de Centro.

Una de las figuras más notables que le sirven a Guènon para exponer la idea de CENTRO, es la esvástika, que es esencialmente el “signo del Polo” o símbolo del movimiento. El Maestro afirma que esta interpretación resulta insuficiente, porque no se trata de un movimiento cualquiera, sino de un movimiento de rotación que se cumple en torno de un centro o de un eje inmutable. El Centro imprime a todas las cosas el movimiento y, como el movimiento representa la vida, la esvástika es un símbolo de la vida o, más exactamente, del papel vivificador del Principio con respecto al orden cósmico. Existen dos tipos de esvástica: la esvástica dextrógira que gira a la derecha en sentido horario y la esvástica levógira que gira hacia la izquierda en sentido anti horario. 


Todo ser aspira a retornar a su Principio, es decir al CENTRO, tendencia que pertenece a todas las tradiciones. Ese simbolismo forma parte de la orientación de las iglesias cristianas y es común a todas las religiones. En resumen, según Guènon, el Centro es a la vez el principio y el fin de todas las cosas; es, dice, según un simbolismo muy conocido, el alfa y el omega. Mejor aún, es el principio, el centro y el fin; y estos tres aspectos están representados por los tres elementos del monosílabo Aum, aludido como emblema de CRISTO.

En resumen; según Guènon, el PUNTO es el emblema del PRINCIPIO y el CÍRCULO EL DEL MUNDO. 

Para concluir, se puede entender, pienso, que el Principio es Dios y el círculo el Universo. Mientras la física moderna afirma que el centro no existe y si es que existiera estaría en todas partes, se podría decir, siguiendo la línea de Guènon, que la tierra gira alrededor del sol, que a su vez gira alrededor de la vía láctea, la misma que gira alrededor de un cúmulo de galaxias hasta el infinito.

Muchas gracias.


Tema expuesto en reunión del Círculo Andino de Cultura llevada a cabo el 20 de setiembre de 2017, como parte de su Seminario sobre "Símbolos fundamentales de las Ciencia Sagrada según Guènon". Referencia: GUÈNON, Renè: Los símbolos fundamentales de la ciencia sagrada. Paidos, 1995.
* Julio Gilberto Muñiz Caparó (Cuzco 1957). Escritor y poeta. Periodista, radiodifusor, político, analista en radio y televisión. Ha desempeñado altos cargos de responsabilidad pública: Alcalde del Cusco, Congresista Nacional, Titular de la Secretaría General de Palacio de Gobierno en el período del Presidente Valentín Paniagua Corazao (2000—2001). Ha sido distinguido por el Ministerio de Cultura como "Personalidad Meritoria de la Cultura".


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